"Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a todas las gentes"

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lunes, 27 de septiembre de 2010

Grandes Catequistas - San Hilario, obispo

Sobre el Salmo 64, 14-15 : El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios.

La acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales, riegas los surcos, tu llovizna los deja mullidos. No cabe duda alguna de cuál sea la acequia a la que se refiere nuestro texto, pues el profeta dice de ella: El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios. Y el mismo Señor afirma en el Evangelio. En aquel que beba del agua que yo le dé, se convertirá ésta en manantial, cuyas aguas brotan para comunicar vida eterna. Y también: Quien crea en mí, como ha dicho la Escritura, brotarán de su seno torrentes de agua viva. Esto lo dijo del Espíritu Santo, que habían de recibir los que a él se unieran por la fe. Esta acequia de Dios va, pues, llena de agua. En efecto, el Espíritu Santo nos inunda con sus dones y así, por obra suya, la acequia de Dios, brotando del manantial divino, derrama agua abundante sobre todos nosotros.

Y además, tenemos también un manjar. ¿De qué manjar se trata? De aquel, sin duda, que ya en este mundo nos dispone para gozar de la comunión de Dios, por medio de la comunión del cuerpo de Cristo, comunión que nos prepara para tener nuestra parte en aquel lugar donde reina ya este santísimo cuerpo. Esto es precisamente lo que significan las palabras del salmo que siguen a continuación: Preparas los trigales, y los valles se visten de mieses; porque en realidad, aunque ya estemos salvados desde ahora por este alimento, con todo, él nos prepara también para la vida futura.

Para quienes hemos renacido por medio del santo bautismo este alimento constituye nuestro mayor gozo, pues él nos aporta ya los primeros dones del Espíritu Santo, haciéndonos penetrar en la inteligencia de los misterios divinos y en el conocimiento de las profecías; este alimento nos hace hablar con sabiduría, nos da la firmeza de la esperanza y nos confiere el don de curaciones. Estos dones nos van penetrando, y son como las gotas de una lluvia que va cayendo poco a poco para que luego demos fruto abundante.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Amar como tú amas, sentir como tú sientes Jesús

Ser Amigo y buscarle Amigos

Si alguien quiere alcanzar la meta debe primero tener muy claro cuál es esta y cómo llegar a ella. Quien ha decidido seguir la llamada al ministerio de la catequesis o a cualquier otro servicio dentro de la Iglesia debe saber bien cuál es el objetivo.

Tantos a la pregunta de por qué eres catequista suelen dar una infinidad de respuestas, la mayoría buenas e importantes. Lastimosamente casi todos hacen referencia a los catequizandos, pues son ellos y sobre todo los niños los que mueven a almas buenas a entregarse para educarlos en la fe. Algunos, un poco menos generosos, presentan como razón un gusto personal por la enseñanza o la satisfacción de poder servir a la Iglesia.

Insisto en que ninguna de esas razones son negativas, pero dejan algo que desear. La principal de nuestras razones debería de ser BUSCARLE AMIGOS A JESÚS. Y es que nadie puede ser más importante para nosotros que Cristo y por lo tanto es Él quien debe movernos a todo lo que hacemos, especialmente cuando se trata de transmitir su mensaje, servir en su Iglesia, en fin, darlo a conocer.

Cuando vemos a un hermano tenemos que ver en él un potencial amigo de Cristo, alguien a quien debemos llevar hacia Él. Y es ahí cuando hemos de utilizar todos los medios que tenemos a nuestro alcance, cuando hemos de poner todos nuestros carismas y capacidades en acción. Claro, cada quien de acuerdo a la llamada que ha recibido del mismo Cristo. Nosotros como catequistas a través de la educación en la fe, mostrando a quienes nos han sido encomendados, el camino que les llevará hacia el Señor y hacia una fructuosa recepción de los sacramentos.

Lo hacemos por amor a Jesús, porque es nuestro amigo y ha sido esa amistad la que nos ha hecho felices. Por lo tanto es lógico que sintamos este deseo irrefrenable de que los demás hagan la misma experiencia, sean amigos de Jesús. Pero nos debe de mover aún más que nuestro Jesús tenga más amigos, es decir que lo que nos mueve no es principalmente el amor al prójimo, sino el amor a Jesús nuestro Dios.

¡Que no llore Jesús Sacramentado más abandonos de hijos! (Beato Manuel González)

Hasta el Cielo

P. César Piechestein
elcuracatequista

jueves, 16 de septiembre de 2010

La importancia y los efectos de la Comunión Temprana

Mucho se ha discutido sobre cuando a que edad se debe recibir la primera comunión. Grandes papas como San Pío X, Juan Pablo II y el mismo Benedicto XVI, han promovido la comunión temprana. Sin embargo poco se ha hecho para practicar esto, que ha traído frutos abundantes en aquellos que han podido recibir esta gracia, casi al mismo tiempo en que iniciaba su uso de razón y por tanto su conciencia de pecado.

Yo doy mi testimonio. Hasta el día de hoy no ha existido un día más grandioso en mi vida, que el de mi primera comunión. Aunque contaba con apenas siete años de edad, lo recuerdo como si fuese ayer y dejó en mi una marca imborrable.

Muchos son los argumentos que separan a los niños de la comunión temprana. Se dice que es necesario que sepan leer, que hay que enseñarles mucho, pues en casa poco o nada aprenden de religión, que si son muy pequeños no se toman en serio la catequesis, etc. Quienes enarbolan estos argumentos, según mi opinión, nunca han catequizado a pequeños de cinco o seis años.

En mi experiencia como catequista, he catequizado desde niños de apenas tres años, hasta adultos de ochenta y ciertamente no se puede enseñar de la misma manera a un infante que a un adulto mayor. Pero todos son capaces de aprender y en cada etapa hay ventajas y dificultades a la hora de aprender. Al final todos aprenden, es el catequista quien debe adecuarse al catequizando.

Los infantes aprenden tanto como cualquiera y su inocencia les hace ser aún más dóciles a las verdades de la fe. Son extremadamente sensibles a lo espiritual y, con una buena catequesis, pronto arden en deseos de recibir a Jesús Sacramentado. Según las normas de la Iglesia, para comulgar basta con distinguir el Pan Consagrado, del pan común. Y créanme que un niño de seis años, después de una catequesis completa, lo entiende tan bien como cualquiera.

Pero la principal razón, a mi parecer, es que siempre será una pérdida grande el dejar a un niño desprovisto de la gracia. Una vez que se alcanza el uso de razón (antes se decía a partir de los 7 años, hoy se adelanta hasta los 6, algunos dicen 5 años) el niño tiene conciencia de pecado. por tanto es capáz de pecar y por tanto de perder la gracia. Si dejamos a este niño sin la posibilidad de recibir los sacramentos hasta cumplir los 10 años, lo hemos costreñido a vivir tres años desprovisto de la gracia de Dios. A continuación cito el pensamiento de un gran santo:

"Y los niños ? ¿Cómo le consuelan al Corazón de Jesús las Comuniones ingenuas y limpias de los niños!
¡Que pena nos ha dado el saber que en algunos pueblos o parroquias por la escasez o la enfermedad o la vejez de los sacerdotes, los niños tienen que contentarse con visitar al Señor sin recibirlo, porque no encuentran quien los confiese! Y ya que de comunión de niños hablamos, aprovechamos la ocasión para dirigir un ruego con todo el interés de nuestro corazón a los buenos maestros católicos de nuestra diócesis, religiosos y seglares, a saber: Que siembren en el alma de sus alumnos muchas Hostias Consagradas ... Mientras más abundante y prematura sea esa siembra, más arraigada quedarán en esas almas las otras siembras de sus buenas enseñanzas. No, no quisiéramos que se contentaran con la comunión anual, ni aún con la mensual, sino que se tendiera a la semanal, sin parar hasta llegar a la diaria." ( Beato Manuel González, Artes para ser Apóstol)

Por qué entónces esperar innecesariamente, pudiendo comenzar la catequesis tempranamente y permitirles recibir la comunión a los siete años o incluso antes. Basta que se los prepare convenientemente.

Ojalá esta reflexión nos anime a preparar mejor a nuestros niños, a no alejarlos del Sacramento demorando su recepción. Cristo dijo "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis".
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuracatequista

viernes, 10 de septiembre de 2010

Grandes Catequistas - Beato Isaac, abad

CRISTO NADA QUIERE PERDONAR SIN LA IGLESIA

Hay dos cosas que corresponden exclusivamente a Dios: el honor de recibir la confesión y el poder de perdonar los pecados. Por ello nosotros debemos manifestar a Dios nuestra confesión y esperar su perdón. Sólo a Dios corresponde el perdonar los pecados, por eso, sólo a él debemos confesar nuestras culpas. Pero, así como el Señor todopoderoso y excelso se unió a una esposa insignificante y débil -haciendo de esta esclava una reina y colocando a la que estaba bajo sus pies a su mismo lado, pues de su lado, en efecto, nació la Iglesia y de su lado la tomó como esposa-, y así como lo que es del Padre es también del Hijo y lo que es del Hijo es también del Padre -a causa de la unidad de naturaleza de ambos-, así, de manera parecida, el esposo comunicó todos sus bienes a aquella esposa a la que unió consigo y también con el Padre. Por ello, en la oración que hizo el Hijo en favor de su esposa, dice al Padre: Quiero, Padre, que, así como tú estás en mí y yo en ti, sean también ellos una cosa en nosotros.

El esposo, por tanto, que es uno con el Padre y uno con la esposa, destruyó aquello que había hallado menos santo en su esposa y lo clavó en la cruz, llevando al leño sus pecados y destruyéndolos por medio del madero. Lo que por naturaleza pertenecía a la esposa y era propio de ella lo asumió y se lo revistió, lo que era divino y pertenecía a su propia naturaleza lo comunicó a su esposa. Suprimió, en efecto, lo diabólico, asumió lo humano y le comunicó lo divino, para que así, entre la esposa y el esposo, todo fuera común. Por ello el que no cometió pecado ni le encontraron engaño en su boca pudo decir: Misericordia, Señor, que desfallezco. De esta manera participa él en la debilidad y en el llanto de su esposa y todo resulta común entre el esposo y la esposa, incluso el honor de recibir la confesión y el poder de perdonar los pecados; por ello dice: Ve a presentarte al sacerdote.
La Iglesia, pues, nada puede perdonar sin Cristo, y Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia. La Iglesia solamente puede perdonar al que se arrepiente, es decir, a aquel a quien Cristo ha tocado ya con su gracia. Y Cristo no quiere perdonar ninguna clase de pecados a quien desprecia a la Iglesia. Por lo tanto, no debe separar el hombre lo que Dios ha unido. Gran misterio es éste; pero yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

No te empeñes, pues, en separar la cabeza del cuerpo, no impidas la acción del Cristo total, pues ni Cristo está entero sin la Iglesia ni la Iglesia está íntegra sin Cristo. El Cristo total e íntegro lo forman la cabeza y el cuerpo, por ello dice: Nadie ha subido al cielo, sino el Hijo del hombre, que está en el cielo. Éste es el único hombre que puede perdonar los pecados.