"Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a todas las gentes"

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lunes, 20 de febrero de 2012

Espiritualidad del Catequista III - Apertura a Dios Uno y Trino

Continuando con el itinerario de espiritualidad del catequista la Congregación para la Evangelización de los Pueblos nos invita a reflexionar sobre la apertura a Dios. Habíamos dicho que el catequista debe estar abierto a la Palabra de Dios, pero no podemos olvidar que la Biblia no puede ser vista como un libro de texto. La Palabra de Dios es palabra viva, el Verbo de Dios se hizo hombre para revelarnos su voluntad. Por lo tanto no sólo hemos de tener apertura a la Palabra, sino también a nuestro Dios Trino y Uno.

De no ser así podríamos caer en el error de convertirnos en profesores de una materia religiosa, pero estaríamos muy lejos de ser educadores de la fe. Nuestra religión es antes que nada, la relación personal entre Dios y la humanidad, y cada ser humano. Una relación que envuelve todo nuestro ser y nuestro obrar «que está presente en lo más íntimo de la persona y da un sentido a toda su vida: convicciones, criterios, escala de valores, decisiones, relaciones, comportamientos, etc.» (Guía para los Catequistas, 7).

La apertura a la Trinidad se traduce en una relación profunda con cada una de las tres personas. Ciertamente es un solo Dios, pero cada persona imprime en el cristiano un aspecto diverso con el que moldea el alma, siempre partiendo desde la Palabra:

«El catequista debe dejarse atraer a la esfera del Padre que comunica la Palabra; de Cristo, Verbo Encarnado, que pronuncia todas y solo las Palabras que oye al Padre (cf. Jn 8,26; 12,49); del Espíritu Santo que ilumina la mente para hacer comprender toda la Palabra y caldea el corazón para amarla y ponerla fielmente en práctica (Cf. Jn 16,12-14)». (Id., 7)

Lo dicho tiene validez para todos los cristianos, pero sabemos que Dios también moldea con su gracia a cada quien según la misión que debe desempeñar. El catequista recibe a través de su apertura a Dios Trino un “plus” que lo lleva a desarrollar dos dimensiones: la santificación personal y la santificación de la comunidad:

«Se trata, pues, de una espiritualidad arraigada en la Palabra viva, con dimensión Trinitaria, como la salvación y la misión universal. Eso implica una actitud interior coherente, que consiste en participar en el amor del Padre, que quiere que todos los hombres lleguen a conocer la verdad y se salven (cf. 1Tim 2,4); en realizar la comunión con Cristo, compartir sus mismos sentimientos (cf. Flp 2,5), y vivir, como Pablo, la experiencia de su continua presencia alentadora: "No tengas miedo (...) porque yo estoy contigo" (Hch 18,9-10); en dejarse plasmar por el Espíritu y transformarse en testigos valientes de Cristo y anunciadores luminosos de la Palabra». (Congregación para la Evangelización de los Pueblos, GUIA PARA LOS CATEQUISTAS, 7)

El catequista camina hacia la santidad al mismo tiempo que anima y acompaña a sus hermanos, que también la buscan. Su testimonio y su palabra serán los instrumentos que le permitirán hacer que otros también descubran y acepten a Dios. Sólo puede ser instrumento de Dios quien lo ha acogido y procura encarnar su Palabra.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuracatequista

domingo, 12 de febrero de 2012

Grandes Catequistas - Del Comentario de san Efrén, diácono, sobre el Diatéssaron

LA PALABRA DE DIOS FUENTE INAGOTABLE DE VIDA

¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos a que afocara su reflexión.

La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron -dice el Apóstol- el mismo manjar espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.

Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.

Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una vez, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco

domingo, 5 de febrero de 2012

Ni las etiquetas, ni la lástima ayudan - Tips para la catequesis

Hace algunos años, cuando estaba iniciando mi tarea como párroco, nos plantemos el reto de ayudar a un grupo de niños de nuestra comunidad. En Ecuador desde hace algunos años se ha hecho muy fuerte el fenómeno de la migración. Muchos adultos jóvenes deciden abandonar el país para trabajar en Estados Unidos o algún país de Europa. En el mejor de los casos migra uno de los progenitores, porque en el peor migran ambos, dejando a los hijos en manos de los abuelos o de otros parientes. Evidentemente esto tiene un impacto muy negativo en el desarrollo y la educación de los que se conocen como los “hijos de la migración”.

Ante éste problema nos decidimos a actuar. Era necesario darles la atención necesaria, asesorar a los tutores para que pudieran desenvolver la tarea, brindar el apoyo necesario. Como motivación era la correcta, pero los medios no lo fueron. Pensamos que lo primero era identificarlos, hablar con los tutores y poder así saber quienes eran los que necesitaban la ayuda. 

Hasta ahí todo parecía bien, pero había algo que nos hacía dudar. Consultamos con un amigo, de profesión Psicólogo, quien nos hizo ver nuestro error. No debíamos etiquetar a los niños, mucho menos estigmatizarlos con la idea de que eran “hijos de migrantes”. Había que ayudarlos sin que se sintieran diferentes, sobre todo no demostrar nunca que sentíamos lástima por su “condición”.

Hoy en día es fácil poner etiquetas a los niños: hijo de divorciados, hijo de madre soltera, hijo de migrantes. Podemos también etiquetar por color, comportamiento, situación nutricional, condición económica, etc. Pero a la hora del catecismo la clasificación no nos resultará eficaz. Cada uno de nuestros niños es un mundo aparte y si vamos a tener un comportamiento específico para cada uno, terminaremos en el manicomio.

Creo que lo mejor es tener en claro uno que otro principio:

- No tener lástima de ninguno: cada niño merece toda la atención, la paciencia, el afecto que podamos darle. Ni más ni menos, porque sea de una manera o de otra, porque su “situación” se diferente a la del otro.

- Ver en cada uno el potencial y trabajarlo: el catequista ha de ser como un escultor, mirando la piedra ver en ella su potencial (no sus carencias) y sacar de ella lo mejor.

- Recordar que más allá de los medios, las técnicas y las teorías, nosotros contamos con el auxilio del Espíritu Santo, porque la obra no es nuestra sino de Dios.

Cada año confirmo que son los catequizandos los que nos enseñan las mejores lecciones. Nosotros somos sólo instrumentos y basta que nos mantengamos en comunión con el Maestro.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuracatequista