"Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a todas las gentes"

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sábado, 26 de mayo de 2012

Perfil del catequista: la adaptabilidad de carácter


Muchas son las cualidades que debe poseer un catequista para poder desarrollar su ministerio con fruto. Dona Manuel González, un catequista hasta la médula, nos habla sobre una que él considera imprescindible: la adaptabilidad.

«La ley general de todo apostolado la expresó el gran apóstol san Pablo en aquellas conocidas palabras de que hay que hacerse todo para todos para ganar a todos para Jesucristo. Llorar con el que llora, reír con el que ríe, subir con el que sube, bajar con el que baja, es el medio más eficaz para llegar al corazón de los demás y conquistarlo.
   La gran condición del conquistador de corazones es la adaptabilidad de carácter».

    «¡La adaptabilidad! Pero ¿os habéis fijado en lo que significa, y sobre todo, en lo que exige esa palabra?
   Porque adaptabilidad no significa debilidad o inconsistencia de carácter, de modo que esté uno al viento que más sople, ni es tampoco dulzonería o romana del diablo o vista gorda para dejar pasar carros y carretas».

«Adaptabilidad es darse sin entregarse, es poner en la cara y en el gesto y en la palabra y en la obra lo que naturalmente no se tiene gana de poner; es tirar la red al agua y a uno mismo, si es preciso, sin ahogarse; es tratar a cada cual no por los méritos propios, ni por la simpatía que inspire, ni por las ventajas que traiga, sino sólo por lo que representa; es meterse en el fango, si hace falta, y no mancharse; es enfadarse, si es necesario, y no pecar; es tragar mucha saliva y mucha hiel y poner la cara del que paladea la miel...
   ¡Vaya si es difícil y hasta heroica la adaptabilidad!
   Pero no se olvide: tan necesaria y tan fructuosa como difícil».
(Beato Manuel González, Obras Completas, 3741-3743)

Partiendo de ésta importante virtud del catequista y del apóstol, Don Manuel clasifica a los mismos en tres tipos: de esponja, de cristal y de goma. Para poder saber si eres un catequista de esponja o si eres uno de cristal, tendrás que esperar hasta la próxima publicación. Mientras tanto procura practicar adquirir la adaptabilidad de carácter.

P. César Piechestein
elcuracatequista

sábado, 19 de mayo de 2012

Grandes Catequistas - De las Conferencias de santo Tomás de Aquino, presbítero

En vísperas de celebrar la Ascensión de Nuestro Señor, los invito a reflexionar ésta catequesis de Santo Tomás donde nos habla sobre el Reino de los Cielos. Allá nos espera Jesús, el Padre y el Espíritu Santo y es importante recordarlo y enseñarlo a nuestros catequizandos. Sólo teniendo la mirada en la meta es que podremos llegar a ella. 

ME SACIARÉ DE TU SEMBLANTE

Adecuadamente termina el Símbolo, resumen de nuestra fe, con aquellas palabras: «La vida perdurable. Amén.» Porque esta vida perdurable es el término de todos nuestros deseos.

La vida perdurable consiste primariamente en nuestra unión con Dios, ya que el mismo Dios en persona es el premio y el término de todas nuestras fatigas: Yo soy tu escudo y tu paga abundante. Esta unión consiste en la visión perfecta: Al presente vemos a Dios como en un espejo y borrosamente. Entonces lo veremos cara a cara.

También consiste en la suprema alabanza, como dice el profeta: Allí habrá gozo y alegría, con acción de gracias al son de instrumentos.

Consiste asimismo en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, ya que allí los bienaventurados tendrán más de lo que deseaban o esperaban. La razón de ello es porque en esta vida nadie puede satisfacer sus deseos, y ninguna cosa creada puede saciar nunca el deseo del hombre: sólo Dios puede saciarlo con creces, hasta el infinito; por esto el hombre no puede hallar su descanso más que en Dios, como dice san Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que descanse en ti.»

Los santos, en la patria celestial, poseerán a Dios de un modo perfecto, y por esto sus deseos quedarán saciados y tendrán más aún de lo que deseaban. Por esto dice el Señor: Entra en el gozo de tu Señor. Y san Agustín dice: «Todo el gozo no cabrá en todos, pero todos verán colmado su gozo. Me saciaré de tu semblante»; y también: «Él sacia de bienes tus anhelos.»
Todo lo que hay de deleitable se encuentra allí superabundantemente. Si se desean los deleites, allí se encuentra el supremo y perfectísimo deleite, pues procede de Dios, sumo bien: Alegría perpetua a tu derecha.

La vida perdurable consiste también en la amable compañía de todos los bienaventurados, compañía sumamente agradable, ya que cada cual verá a los demás bienaventurados participar de sus mismos bienes. Todos, en efecto, amarán a los demás como a sí mismos, y por esto se alegrarán del bien de los demás como del suyo propio. Con lo cual, la alegría y el gozo de cada uno se verán aumentados con el gozo de todos.

jueves, 10 de mayo de 2012

Grandes Catequistas - San Gaudencio de Brescia, obispo

LA EUCARISTÍA ES LA PASCUA DEL SEÑOR

Uno solo murió por todos, el mismo que ahora en cada una de las asambleas cristianas, por el sacramento del pan y del vino, nos rehace con su inmolación, por la fe en él nos da la vida y, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio, consagra a los que ofrecen esta oblación.

Ésta es la carne y la sangre del Cordero, pues aquel pan bajado del cielo afirma: El pan que yo voy a dar es mi carne ofrecida por la vida del mundo. Y con razón su sangre es significada por el vino, ya que, al afirmar él mismo en el Evangelio: Yo soy la vid verdadera, manifiesta con suficiente claridad que el vino es su sangre ofrecida en el sacramento de su pasión; en este sentido el patriarca Jacob había profetizado de Cristo: Lava su ropa en vino y su túnica en sangre de uvas. En efecto, él lavó con su propia sangre la vestimenta de nuestro cuerpo que había tomado sobre sí como una vestidura.



El mismo Creador y Señor de la naturaleza, el que hace salir el pan de la tierra, convirtió el pan en su propio cuerpo (porque podía hacerlo y así lo había prometido); y el que había convertido el agua en vino convirtió después el vino en su sangre.

Es la Pascua del Señor, dice la Escritura, esto es, el paso del Señor; no tengas por cosa terrena lo que ha sido convertido en algo celestial por obra de aquel que pasó a esa materia y la ha convertido en su cuerpo y sangre.

Lo que recibes es el cuerpo de aquel pan bajado del cielo y la sangre de aquella vid sagrada. En efecto, al dar a sus discípulos el pan y el vino consagrados, les dijo: Esto es mi cuerpo; ésta es mi sangre. Creamos, pues, en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza: el que es la verdad en persona no puede engañarnos.

Por esto, cuando hablaba a la multitud de comer su cuerpo y beber su sangre, y la multitud murmuraba desconcertada: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién es capaz de aceptarlas?, queriendo Cristo purificar con fuego celestial estos pensamientos que, como antes he dicho, han de ser evitados, añadió: El espíritu es el que da vida; la carne no vale nada. Las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida.

viernes, 4 de mayo de 2012

Espiritualidad del Catequista IV - Apertura a la Iglesia


Cristo manifestó claramente su voluntad de fundar una Iglesia (Mateo 16,18) y para ello formó a sus Apóstoles. Cada uno de ellos consagró su vida a continuar la obra del Señor y es así que la Iglesia se desarrolló y sigue predicando por todo el mundo. Todos los bautizados somos parte el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. Nuestro sentido de pertenencia a ella, es lo que nos hace participar activamente en su misión. Como bautizados y, más aún, como catequistas hemos de vivir con intensidad ese aspecto de la vida espiritual de todo cristiano:

«Apertura a la Iglesia, de la cual el catequista es miembro vivo que contribuye a construirla y por la cual es enviado. A la Iglesia ha sido encomendada la Palabra para que la conserve fielmente, profundice en ella con la asistencia del Espíritu Santo y la proclame a todos los hombres. Esta Iglesia, como Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, exige del catequista un sentido profundo de pertenencia y de responsabilidad por ser miembro vivo y activo de ella; como sacramento universal de salvación, ella le pide que se empeñe en vivir su misterio y gracia multiforme para enriquecerse con ellos y llegar a ser signo visible en la comunidad de los hermanos. El servicio del catequista no es nunca un acto individual o aislado, sino siempre profundamente eclesial».

Varias veces he insistido afirmando que es a través de la catequesis que se construye la comunidad parroquial. Cada cristiano, al pasar por el proceso catequético, es educado en la fe, formado para poder caminar en la vida cristiana y poder también ser discípulo misionero de Cristo. Siendo el catequista quien debe acompañar ese proceso, es imprescindible que tenga un gran amor por la Iglesia, madre y maestra. Esa apertura eclesial tiene varias características:

«La apertura a la Iglesia se manifiesta en el amor filial a ella, en la consagración a su servicio y en la capacidad de sufrir por su causa. Se manifiesta especialmente en la adhesión y obediencia al Romano Pontífice, centro de unidad y vínculo de comunión universal, y también al propio Obispo, padre y guía de la Iglesia particular. El catequista debe participar responsablemente en las vicisitudes terrenas de la Iglesia peregrina que, por su misma naturaleza, es misionera y debe compartir con ella, también el anhelo del encuentro definitivo y beatificante con el Esposo. El sentido eclesial, propio de la espiritualidad del catequista se expresa, pues, mediante un amor sincero a la Iglesia, a imitación de Cristo que "amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella" (Ef 5,25). Se trata de un amor activo y totalizante que llega a ser participación en su misión de salvación hasta dar, si es necesario, la propia vida por ella».
 (Congregación para la Evangelización de los Pueblos, GUIA PARA LOS CATEQUISTAS, 7)

Hoy, más que nunca, cuando la Iglesia es al mismo tiempo, perseguida y difamada, justamente porque aún son muchos los que no logran comprender su misión y no han conocido a Cristo, la labor del catequista es más urgente. Sin embargo, si su labor no es expresión de profunda comunión con Cristo, con su vicario el Papa y con la comunidad eclesial, su predicación no echará raíces en el corazón de nadie y se quedará sólo en buenas ideas o en una sana moral. La fe se cultiva en comunidad, en la Iglesia. Así nos lo enseñaron los Apóstoles y así lo testifican los mártires y todos los santos.
Hasta el Cielo.

P. Cèsar Piechestein
elcuracatequista