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martes, 10 de enero de 2012

Grandes Catequistas - De la Regla monástica mayor de san Basilio Magno, obispo

TENEMOS DEPOSITADA EN NOSOTROS UNA FUERZA QUE NOS CAPACITA PARA AMAR

El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección.

Por eso nosotros, dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar a esta perfección, con la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondida en vuestro interior.

Digamos en primer lugar que Dios nos ha dado previamente la fuerza necesaria para cumplir todos los mandamientos que él nos ha impuesto, de manera que no hemos de apenarnos como si se nos exigiese algo extraordinario, ni hemos de enorgullecernos como si devolviésemos a cambio más de lo que se nos ha dado. Si usamos recta y adecuadamente de estas energías que se nos han otorgado, entonces llevaremos con amor una vida llena de virtudes; en cambio, si no las usamos debidamente, habremos viciado su finalidad.

En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien; por el contrario, la virtud, que es lo que Dios pide de nosotros, consiste en usar de esas facultades con recta conciencia, de acuerdo con los designios del Señor.

Siendo esto así, lo mismo podemos afirmar de la caridad. Habiendo recibido el mandato de amar a Dios, tenemos depositada en nosotros, desde nuestro origen, una fuerza que nos capacita para amar; y ello no necesita demostrarse con argumentos exteriores, ya que cada cual puede comprobarlo por sí mismo y en sí mismo. En efecto, un impulso natural nos inclina a lo bueno y a lo bello, aunque no todos coinciden siempre en lo que es bello y bueno; y, aunque nadie nos lo ha enseñado, amamos a todos los que de algún modo están vinculados muy de cerca a nosotros, y rodeamos de benevolencia, por inclinación espontánea, a aquellos que nos complacen y nos hacen el bien.

Y ahora yo pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse en algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿Puede existir un deseo más fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que dice con sincero afecto: Desfallezco de amor? El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable.

martes, 3 de enero de 2012

Espiritualidad del Catequista II - Apertura a la Palabra

Hace algún tiempo habíamos reflexionado sobre la unidad que debe haber entre el catequista y el Evangelio. No podemos pretender desarrollar una catequesis sin fundamentarla en la Biblia. Precisamente será el catequista quién introducirá a los catequizandos a la lectura de la Palabra de Dios, siguiendo las referencias que de él dan los textos que facilita cada conferencia episcopal.

Pero ésta Palabra no puede ser considerada por el catequista como un mero instrumento pedagógico, sino como la luz que ilumina toda vida cristiana, la Revelación de Dios. Será para el catequista, como lo es para todo cristiano, la guía esencial que le permitirá comunicarse con el Creador para poder servirlo según su voluntad. De ahí que un aspecto esencial de la espiritualidad de catequista sea:

“7.- Apertura a la Palabra. El ministerio del catequista está esencialmente unido a la comunicación de la Palabra. La primera actitud espiritual del catequista está relacionada, pues, con la Palabra contenida en la revelación, predicada por la Iglesia, celebrada en la liturgia y vivida especialmente por los santos. Y es siempre un encuentro con Cristo, oculto en su Palabra, en la Eucaristía, en los hermanos. Apertura a la Palabra significa, a fin de cuentas, apertura a Dios, a la Iglesia y al mundo.”

Creo que a todos nos preocupa la amenaza de las sectas, que aprovechándose del poco conocimiento de la Biblia de muchos católicos, van sembrando engaño y separándolos de la fe. 

“16.- Atención a la difusión de las sectas. La proliferación de las sectas de origen cristiana y no cristiana es, actualmente, un reto pastoral para la Iglesia en todo el mundo. En los territorios de misión, representan un serio obstáculo para la predicación del Evangelio y para el desarrollo ordenado de las Iglesias jóvenes, pues atacan a la integridad de la fe y a la solidez de la comunión.”

Un catequista que haya hecho de la Palabra de Dios su eje, será capaz de entremezclar adecuadamente la doctrina con el Evangelio. Esto permitirá fundamentar el catecismo en la Biblia, dejando claro a los catequizandos que el primero es la explicitación de lo que en el segundo se encuentra implícito. La Iglesia no ha inventado nada, pero a través de los siglos y del estudio de muchos grandes teólogos, ha profundizado en la Palabra de Dios y la ha dado a conocer. Quien conoce bien el catecismo, podrá leer la Biblia sin confundirse, porque tendrá clara la “medula” del mensaje.

“16.- El catequista se presenta, hoy día, como uno de los agentes más aptos para superar positivamente ese fenómeno. Con su tarea de anunciar la Palabra y de acompañar el crecimiento en la vida cristiana, el catequista se encuentra en una situación ideal para ayudar a las personas - tanto cristianos como no cristianos - a comprender cuáles son las verdaderas respuestas a sus necesidades, sin recurrir a las pseudo-seguridades de las sectas. Además, como laico puede actuar más capilarmente y hablar de modo más realista y comprensivo.” (Guía del Catequista, Congregación para la Evangelización de los Pueblos)

La apertura a la Palabra de Dios fortalece y nutre al catequista, dándole la capacidad de transmitir con veracidad el mensaje de Cristo y de la Iglesia. Pero más allá de eso dará al catequista, como a todo cristiano que se deja iluminar por ella, la gracia de conocer a Dios que se ha querido dar a conocer a través de la Biblia.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuracatequista