En su libro "La gracia en la educación" el Beato Manuel González nos da una lección para no desanimarnos ante la deserción de nuestros catequizandos. Al mismo tiempo nos enseña cómo la catequesis no se puede limitar a el espacio de la parroquia, sino que tiene que salir a las calles. Mucho antes de que se hablara de la "Nueva Evangelizión", nuestro querido Don Manuel ya la practicaba y nada menos que en España, en el Viejo continente. Hoy sigue siendo útil aquella experiencia, así que sin más rodeos, aquí la tienen.
"El curso pasado, cuando los seminaristas teólogos fundaron el catecismo de San Felipe, el lleno era espantoso, durante los tres primeros domingos la iglesia rebosaba materialmente de niños. Ya se pensaba en no sé cuántas divisiones y grupos: sección de primeras oraciones, de mandamientos, de preparación a la primera Comunión, de adultos, de perseverancia..., y hasta de ciegos, porque también concurrían cuatro de ellos.
En los recreos del seminario se proponían métodos de enseñanza, se discutían planes y se estudiaban libros y revistas de catequesis; no se pensaba en otra cosa que en medios de fomentar el catecismo ya fundado: lo veíamos ya perfectamente organizado y siempre nos lo imaginábamos con un sinnúmero de niños, pero... Oh decepción!, al cuarto domingo la asistencia había disminuido considerablemente y con gran pena vimos venir a tierra los proyectos forjados en nuestro seminario contentándonos con hacer la división más adaptada a la triste realidad: al domingo siguiente la concurrencia no llegó a cinco niños y,qué hacer entonces?, cruzarnos de brazos?
Un procedimiento muy sencillo, a la vez que muy práctico, vino a sacarnos de apuros; consistía en hacer dos grupos de los catequistas: catequistas de la iglesia y catequistas de la calle. Los primeros habían de cuidar de la enseñanza del catecismo a los niños que les fueran llevando los segundos, quienes, divididos en grupos de tres recorrían todas las calles de la parroquia, hablando a los niños que se encontraban en ellas.
A los que consentían ir al catecismo los llevaban de la mano a la iglesia y a los que preferían quedarse jugando, allí mismo, en plena calle les daban el catecismo. Naturalmente por lo insólito del caso iban agrupándose poco a poco niños y personas de edad y todos recibían la lección del catecismo callejero. Eso se fue repitiendo todos los domingos, y ya basta que den un paseo por las principales calles de la parroquia para que los niños, al distinguirlos por su beca roja, les digan a sus mamás que les laven la cara y les vistan el babi limpio para ir al catecismo.
Otros se levantan de donde estaban jugando y corren a pedirles permiso a sus padres; otros en fin ya preparados, en cuanto nos ven se van derechos al catecismo; ya no los tenemos que llevar de la mano. Nos dicen que tardamos mucho tiempo en llegar a la iglesia, naturalmente tenemos que recorrer otras calles, y se marchan solos para llegar así más pronto a la iglesia en donde los espera el otro grupo de catequistas. Nuestra misión de catequistas callejeros está concretada a buscar niños que no asisten al catecismo.
Éste ha sido el procedimiento que ha conservado el número de los niños del catecismo".
Beato Manuel González
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