Cuando nos
ponemos a planificar el año de catequesis, creo que a todos nos pasa que nos
faltan encuentros para poder cumplir con el programa que se nos plantea. A
veces nos toca dedicarle menos tiempo del que hubiéramos deseado a temas que
sabemos que son muy importantes, pero parece que el número de encuentros es
demasiado limitado. Sin embargo hay algo que no podemos descuidar, porque el
hacerlo empobrecería todo el proceso de educación en la fe y es enseñarles a
orar.
Me imagino
que a éstas alturas ya algunos se estarán comenzando a preocupar, reconociendo
que la tarea es bastante ardua, mientras otros pensarán convencidos que con
enseñarles las oraciones del cristiano, basta y sobra. A nosotros, catequistas,
nos toca enseñarles a hablar con Jesús:
«Son
muchos los cristianos ¿qué digo?, todos los cristianos creen y saben que
Jesucristo todo entero está vivo y real en la sagrada Hostia; pero yo me temo
mucho que algunos no se han enterado todavía de que está allí con oídos y con
boca... Digo esto porque sé de muchos cristianos que jamás en su vida se han
puesto a hablar con Él y de otros que aunque le hablan, no lo escuchan... ¡Hermanos!
¿Os habéis figurado que Jesucristo en el Sagrario es sordo o mudo o las dos
cosas?».
(Beato
Manuel González, Obras Completas, 2717)
Claro
que todo comienza con el catequista. A éstas alturas del partido me atrevería a
preguntarles ¿oran ustedes hermanos catequistas? Porque si lo hacen sabrán que
no es difícil enseñar a orar. Es cuestión de comenzar por reconocer que dentro
del Sagrario está realmente uno que nos ama y que vive deseoso de nuestra
compañía. El sólo hecho de estar frente a Él, dedicarle un tiempo sólo a estar
con Él, es ya oración. Aunque sea sólo para dedicarle nuestras miradas. Si a
ellas le agregamos nuestros pensamientos y unas frases de amor, la cosa irá
todavía mejor. Eso repetido cada día y de ser posible a la misma hora, será el
inicio de una vida interior que florecerá y fructificará con abundancia.
Eso
es lo que hemos de enseñar a nuestros catequizandos. No podemos reducir nuestra
catequesis a la sola transmisión del mensaje, dejando de lado la relación con
el Verbo. Empecemos con llevar a esas almitas que se nos han confiado a los
pies del Sagrario, al iniciar o al concluir el encuentro de catequesis (mejor
en ambos momentos). Les garantizo que marcará la diferencia.
Hasta
el Cielo.
P. César Piechestein
elcuracatequista
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