Continuando con el itinerario de espiritualidad del catequista la Congregación para la Evangelización de los Pueblos nos invita a reflexionar sobre la apertura a Dios. Habíamos dicho que el catequista debe estar abierto a la Palabra de Dios, pero no podemos olvidar que la Biblia no puede ser vista como un libro de texto. La Palabra de Dios es palabra viva, el Verbo de Dios se hizo hombre para revelarnos su voluntad. Por lo tanto no sólo hemos de tener apertura a la Palabra, sino también a nuestro Dios Trino y Uno.
De no ser así podríamos caer en el error de convertirnos en profesores de una materia religiosa, pero estaríamos muy lejos de ser educadores de la fe. Nuestra religión es antes que nada, la relación personal entre Dios y la humanidad, y cada ser humano. Una relación que envuelve todo nuestro ser y nuestro obrar «que está presente en lo más íntimo de la persona y da un sentido a toda su vida: convicciones, criterios, escala de valores, decisiones, relaciones, comportamientos, etc.» (Guía para los Catequistas, 7).
La apertura a la Trinidad se traduce en una relación profunda con cada una de las tres personas. Ciertamente es un solo Dios, pero cada persona imprime en el cristiano un aspecto diverso con el que moldea el alma, siempre partiendo desde la Palabra:
«El catequista debe dejarse atraer a la esfera del Padre que comunica la Palabra; de Cristo, Verbo Encarnado, que pronuncia todas y solo las Palabras que oye al Padre (cf. Jn 8,26; 12,49); del Espíritu Santo que ilumina la mente para hacer comprender toda la Palabra y caldea el corazón para amarla y ponerla fielmente en práctica (Cf. Jn 16,12-14)». (Id., 7)
Lo dicho tiene validez para todos los cristianos, pero sabemos que Dios también moldea con su gracia a cada quien según la misión que debe desempeñar. El catequista recibe a través de su apertura a Dios Trino un “plus” que lo lleva a desarrollar dos dimensiones: la santificación personal y la santificación de la comunidad:
«Se trata, pues, de una espiritualidad arraigada en la Palabra viva, con dimensión Trinitaria, como la salvación y la misión universal. Eso implica una actitud interior coherente, que consiste en participar en el amor del Padre, que quiere que todos los hombres lleguen a conocer la verdad y se salven (cf. 1Tim 2,4); en realizar la comunión con Cristo, compartir sus mismos sentimientos (cf. Flp 2,5), y vivir, como Pablo, la experiencia de su continua presencia alentadora: "No tengas miedo (...) porque yo estoy contigo" (Hch 18,9-10); en dejarse plasmar por el Espíritu y transformarse en testigos valientes de Cristo y anunciadores luminosos de la Palabra». (Congregación para la Evangelización de los Pueblos, GUIA PARA LOS CATEQUISTAS, 7)
El catequista camina hacia la santidad al mismo tiempo que anima y acompaña a sus hermanos, que también la buscan. Su testimonio y su palabra serán los instrumentos que le permitirán hacer que otros también descubran y acepten a Dios. Sólo puede ser instrumento de Dios quien lo ha acogido y procura encarnar su Palabra.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuracatequista
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